Contra viento y marea: Los recortes no son las reformas que necesitamos de Antón Costas

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“Contra viento y marea” es una nueva sección en CapitaLibre con ganas de polémica, debate e intercambio. Los miércoles, ese día de la semana anodino, en el que llevamos dos trabajados y nos faltan dos para volver a descansar, ya no volverán a ser tristes y aburridos, sino el día que un humilde servidor, contra viento y marea, defenderá sus ideas y posturas contra artículos y opiniones que no comparto. Hoy, “Los recortes no son las reformas que necesitamos” del catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona, Antón Costas.

Barco del capitan Talisker

El domingo 9 de diciembre, en el suplemento Negocios del diario El País, publica “Los recortes no son las reformas que necesitamos”, un artículo del catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, Antón Costas.

Se plantea el autor la existencia de una alternativa a la política de recortes, la cual considera negativa por razones:

En primer lugar, sobre la economía. No logran los objetivos perseguidos —reducir la deuda y el déficit— y empeoran las cosas: enfangan la economía en la recesión y son un arma de destrucción masiva de empleo. Y lo que es peor, provocan incertidumbre y pérdida de esperanza en el futuro. En segundo lugar, sobre la cohesión social. Los recortes en educación, sanidad o dependencia son más dañinos que cualquier otro ahorro. Afectan a la materia que constituye el pegamento de una sociedad decente. Esos recortes fracturan la sociedad entre los que tienen y los que no tienen. Destruyen la “ética de la simpatía” (ahora diríamos empatía) que Adam Smith consideraba esencial para el funcionamiento de una economía de mercado. En tercer lugar, sobre la política democrática. Los recortes deslegitiman a los Gobiernos. Les hacen aparecer como meros recaudadores de ingresos sobre los más débiles para dárselos, como si fuesen compensaciones de guerra, a los prestamistas, amparados en muchos casos por sus Gobiernos. Prestamistas que libremente dejaron su dinero a los bancos españoles y que ahora se niegan a responsabilizarse de sus malas decisiones de inversión.

Pues no. Las políticas de recortes, término ya de por si insidioso y con una carga simbólica peligrosa, no tienen porque garantizar una reducción de la deuda y el déficit, basta con gastar algo menos para justificar que se está aplicando una política económica con tijeras, pero gastar menos no significa reducir el gasto hasta el nivel de los ingresos y así no producir déficit y por tanto, aumentar la deuda. Las actuales políticas han introducido un menor nivel de estipendios y han intentado subir los ingresos vía impuestos, pero nadie está dispuesto a eliminar gastos de verdad.

El estado de bienestar no está en peligro, ni nunca lo estará en manos de los políticos, no porque lo consideren un elemento de cohesión social, sino porque saben que es en él donde hayan la razón de su existencia, es su caramelo envenenado para perpetuarse en el poder, es la droga que nos han dado sin parar y que ahora, ante una pequeña reducción de su dosis, hace que nos revelemos por el durísimo síndrome de abstinencia que sentimos. El estado de bienestar es la perpetuación de la falta de responsabilidad personal, la imposibilidad de la emancipación de “Papa Estado”, la justificación de la necesidad de un poder político omnipresente y casi omnipotente que regule nuestra vida en todos los niveles. Es el menosprecio y el miedo a la individualidad y su potencial, la claudicación de la lucha personal contra los retos propios a cambio de una falsa sensación de seguridad y reducción de la incertidumbre. La derrota de la sociedad civil frente a la dictadura estatal. Lo curioso es que estamos jugando al juego del te odio pero no puedo vivir sin ti. Idea que recoge en “El malestar de la democracia” Víctor Pérez – Díaz, uno de los sociólogos más sugerentes del panorama ya no nacional sino internacional:

La dificultad para superar esta ambivalencia puede tener que ver con la falta de costumbre de operar en órdenes libres y abiertos, donde no cabe desplazar la responsabilidad por los actos propios, y donde cada cual tiene que pagar un precio por sus propios errores. En efecto, no es raro que las experiencias formativas de varias generaciones de ciudadanos de las democracias de hoy se hayan realizado en el seno de organizaciones e instituciones que les han entrenado sólo a medias en el ejercicio de las competencias cognitivas, retóricas y morales que están en la base de esta competencia cívica.” (PÉREZ – DÍAZ 2008, 195).

Hace referencia al autor en la dualidad que suele darse en las democracias liberales actuales entre el rechazo a lo político (“son unos ladrones”, “sólo quieren nuestros votos”, etc.) y la total confianza que luego se deposita en los políticos para la resolución de los problemas que a uno le afectan (creencia en la necesidad imperiosa de la existencia de un Estado del Bienestar). Así, el amor y el odio hacia lo político busca la comodidad, la no implicación, la dejadez de aquel que nunca ha estado acostumbrado a participar activamente en el juego democrático. Los ciudadanos dejan de ser miembros activos de la civis, para convertirse en sujetos pasivos que calculan los costes de esfuerzo que esa implicación necesita y deciden no llevarla a cabo. Ese es el verdadero caballo de Troya de la cohesión social.

Y si los problemas que la actual política económica no son muy acertados, menos lo son aún las piedras angulares de las cuales quiere que partan las soluciones a la presente crisis:

Primera. Esta crisis es diferente, y no valen los remedios aplicados a las crisis convencionales. Su origen está en dos burbujas (de crédito e inmobiliaria) que, al explotar, dejan familias y empresas sobreendeudadas. […] Segunda. Ahora formamos parte de una unión monetaria europea a la que le hemos transferido instrumentos muy potentes: la política monetaria, financiera y cambiaria. Son palancas esenciales e insustituibles para enfrentarse a una crisis de activos y de sobreendeudamiento como es esta. Si estamos en una unión, la salida a la crisis es cosa de dos. No se trata de implorar ayuda, sino de exigir que cada parte haga el trabajo que le corresponde.

La actual crisis no solo es una consecuencia de dos burbujas, el Sr. Costas se ha olvidado de incluir en su listado la burbuja de la deuda pública. Sin embargo, lo más grave es que está confundiendo los síntomas con la enfermedad. El origen de los males que padecemos, el virus que ha permitido la creación de la burbuja de crédito, la inmobiliaria y posteriormente, la deuda pública, es precisamente la intervención a la que está sometida la política monetaria. Por mucho que la teoría exponga que los diferentes bancos centrales son independientes del poder político estatal, lo que están haciendo es establecer el precio del tipo de interés del dinero de una manera artificial, sin dejar hueco al libre juego de la oferta y la demanda. El precio del dinero, como cualquier otro precio, debería ser fijado en un mercado libre, sin embargo, nos parece de lo más normal que sea todo un equipo de burócratas elegidos por los distintos gobiernos quien lo haga, es como si aceptásemos con normalidad que el precio de, por ejemplo, un pantalón, lo tuviesen que establecer unos políticos en Bruselas.

Resumiendo, los recortes no son tal, sino meros remiendos de cara a la galería, pues las partidas que originan los grandes gastos no han desparecido. Garantizar un estado de bienestar no es garantizar la cohesión social, sino perpetuar una dependencia peligrosa y una relación que en otros niveles de nuestra vida, no aceptaríamos. Por último, buscar las soluciones interviniendo la política monetaria para que ésta, de aires a una política fiscal expansiva, no solo generar un círculo vicioso de consecuencias peligrosas, sino intentar solucionar un problema con el propio problema.

Archivado en Burbuja, Crash, Crisis, Deuda Pública, Estado del Bienestar
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