¿Por qué funciona la economía?

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Lanzar una afirmación como la que contiene el título del presente artículo en los tiempos que corren, puede ser visto por muchos lectores como una ofensa y en el mejor de los casos, una broma pesada. Sin embargo, también la crisis es una oportunidad para demostrar lo afirmativo de la cuestión que planteo. La economía funciona, eso si, si la dejan.

Así es como funcionan los engranajes de la economía

Nobleza obliga antes de nada, dejar claro que por supuesto que no tengo una respuesta a tamaña pregunta anunciada en el título del artículo. El por qué funciona la economía se eleva a cuestiones tales como las que debatían los filósofos antes de la ruptura con la metafísica propuesta por Inmanuel Kant , y por lo tanto, no soy yo la persona con la sapiencia necesaria para dar ni siquiera una vaga respuesta aceptable, sino pequeños balbuceos parecidos al de un niño pequeño cuando empieza hablar. Por ello, he preferido dar paso a uno de los economistas más interesantes y más importantes de finales del siglo XX (y del presente, pues sigue aportando su sabiduría aún) como es William J. Baumol.

Mi interés por la pregunta que tratamos viene desde que descubrí los complejos entramados que presenta el sistema económico capitalista y comprobar que a pesar de su caos, las soluciones que aporta no son todo lo negativas que muchos anti-capitalistas y anti-sistema defienden a ultranza. Curiosidad prematura que experimentó un nuevo impulso al ver el programa REDES nº 442, en el cuál se hacían la misma pregunta. Aprovechar para decir que se trata de un programa este que deberían poner en todas las facultades de ciencias sociales de este país, sobre todo en aquellas donde aún se encuentra instalado la fragancia, algo muerta ya, de marxismos, estructuralismos, socialismos de todo tipo y neo-hippies post-materialistas, todos ellos más proclives a criticar el capitalismo que a reconocer alguna de sus virtudes.No voy a reproducir aquí la entrevista que el presentador del programa y director del mismo, Eduard Punsent realiza al profesor Baumol, sino detenerme en aquellos detalles que más han llamado mi atención sobre el tema que tratamos.

La primera afirmación sorprendente es que según Baumol, lo llamativo ya de las actuales economías capitalistas no es el capital entendido en su concepción más clásica; sino que ese capital debe ser hoy en día definido en conceptos tan importantes como innovación y tecnología. Es lo que ya muchos economistas vienen defendiendo como la nueva economía del conocimiento, dónde las ventajas competitivas ya no se encuentran los factores clásicos de tierra, trabajo y capital monetario, que sin perder su importancia se ven relegados a un papel secundario por la innovación y el desarrollo tecnológico. Si una economía nacional o una empresa desea realmente ser competitiva ya no debe preocuparse ya tanto por el capital, los recursos naturales o la tierra sino por el desarrollo tecnológico. Idea esta que ya en el gran economista del desarrollo como Robert M. Solow enunció en su indispensable artículo de 1956 “A Contribution to the Theory of Economic Growth” publicado por The Quarterly Journal of Economics.

La economía del conocimiento supone una de las mayores respuestas del capitalismo a sus críticos, empeñados todavía en ver todo los males del mundo en términos de dominación de clase o enorme desigualdad de poder económico entre proletario y capitalista burgués. El conocimiento se encuentra en todas partes, en cualquier lugar y momento como han demostrado las mayores empresas tecnológicas del mundo como Microsoft o Google, creadas en un garaje. Pero no sólo en el mundo desarrollado, sino que gracias a la globalización, ese conocimiento se expande y distribuye por todo el globo, como buena muestra de ello es Irlanda que basó su crecimiento económico en una fe ciega en el conocimiento o la India, que con igual fe, prefiere un crecimiento menos fuerte que el Chino pero más basado en pilares tan fuertes como el desarrollo tecnológico e informático.

El capitalismo nos muestra gracias a la innovación que la mejor forma de enriquecerse, conseguir poder y prestigio ya no es como en otros sistemas, ir cobrando sobornos o impuestos, sino innovar en todo momento. Baumol nos da una maravillosa lección de liberalismo económico que muchos intervencionistas deberían tener en cuenta y hacerles dudar sobre los beneficios de aumentar constantemente el cobro de impuestos para mantener un enfermo Estado de Bienestar, o interponer las menos barreras posibles para dejar a la innovación crecer en toda su plenitud.

Otra afirmación realmente sorprendente es que no todo monopolio es negativo, sino que existe un tipo de monopolio, el oligopolio, que dentro de unos límites es realmente beneficioso para todos. Y lo es porque volviendo al primer punto, permite el desarrollo de innovación y tecnologías a mayor escala, reduciendo su coste y favoreciendo en mayor medida su propagación a todos los consumidores. Recurre Baumol a un ejemplo muy gráfico como es el primer avión de los hermanos Wright, en el cual muchos nos pensaríamos dos veces volar a cualquier lugar del mundo; sin embargo, los grandes oligopolios como Airbus o Boeing han invertido cantidades ingentes de dinero para lograr aviones más cómodos, rápidos y seguros. Pensemos que la concentración empresarial no es mala en sí, ya que lo que busca en todo momento es una asignación más eficiente de los recursos y por lo tanto, una reducción de los costes o una mayor capacidad inversoras para desarrollar nuevos productos. Así que a pesar del mito muy difundido que grandes conglomerados son perjudiciales por su enorme concentración de poder y riqueza, debe expandirse más el logos de una visión de estos conglomerados como origen de desarrollo, innovación y nuevas tecnologías a mejor precio.

Resumiendo, podemos afirmar que si el capitalismo a triunfado es gracias, en opinión de Baumol, a su capacidad innata para innovar contastemente. ¿Pero es que no existe un punto negativo o negro? Claro que si, la contaminación está ahí y los procesos de innovación y desarrollo tecnológico han permitido que algo tan sofisticado como un arma, pueda hoy en día ser adquirida a un precio ridículo en comparación a hace treinta o cuarenta años. Sin embargo, el sistema capitalista tiene la suficiente capacidad dinámica y de feed back para dar soluciones a esos problemas si se desean dar, y de hecho, en el caso de la contaminación, estamos viviendo una época de revolución en tecnologías e innovaciones impresionantes en energías verdes. Así creo que podemos afirmar bien alto que “¡El capitalismo ha muerto, viva el capitalismo!”.

Archivado en Literatura económica, Teoría Económica
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Comentarios (9)

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  • Javier dice:

    En realidad el sujeto del valor del capital se ha transformado, pero el capital como tal sigue siendo vital. Me explico. La i+d es fundamental (en cualquier empresa hace ya falta mas gente de “oficina” que operarios directos) pero esta es imposible sin un capital que la respalde. Antes el objeto de valor era una cadena de produccióny ahora es una patente, una idea o una puesta en funcionamiento determinada.

  • Bienvenido Javier,

    Gracias por tus palabras. Es cierto que el capital económico sigue siendo una parte importante del sistema capitalista, pero mientras que en fases anteriores, éste era el predominante, ahora existen otra multitud de capitales casi tan vitales para competir como el económico o, por decirlo de alguna forma, los tradicionales de tierra, trabajo y dinero.

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