Uno a veces se levanta de la cama y se siente con una fuerza renovada, con un espíritu capaz de enfrentarse a cualquier cosa, incluso no a un autor ni a dos, sino a doce, nada más ni nada menos. Porque doce son los intelectuales firmantes de un manifiesto titulado “Europa o el caos”, publicado en los diarios europeos como Le Monde, El País, Frankfurter Allgemeine Zeitung o el Corriere della Sera.
Los doce apóstoles de la nueva Europa son: Vassilis Alexakis, escritor grecofrancés; Hans Christoph Buch, periodista y ensayista alemán; Juan Luis Cebrián, periodista y escritor español; Umberto Eco, escritor y semiólogo italiano; György Konrád, escritor y sociólogo húngaro; Julia Kristeva, filósofoa y escritora búlgara; Bernard-Henri Levy, filósofo y escritor francés; Antonio Lobo Antunes, escritor portugués; Claudio Magris, escritor italiano; Salman Rushdie, escritor británico; Fernando Savater, filósofo y escritor español; y Peter Schneider, escritor alemán.
A los firmantes les preocupa Europa y quieren salvarla, pero tendremos que ver que idea de Europa les duele, para saber qué quieren salvar y conservar para el futuro. Se trata por tanto, de buscar en las raíces del pasado para ver las hojas del futuro árbol común europeo.
La primera raíz es la política, donde se muestran angustiados por una sensación de que Europa se resquebraja, se rompe:
Se deshace en todas partes, de este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa tenía precisamente como misión marginar, debilitar, y que vuelven vergonzosamente a levantar la cabeza. ¡Qué lejos está la época en la que, por las calles de Francia, en solidaridad con un estudiante insultado por el responsable de un partido de memoria tan escasa como sus ideas, se cantaba “todos somos judíos alemanes”! ¡Qué lejanos parecen hoy los movimientos solidarios, en Londres, Berlín, Roma, París, con los disidentes de aquella otra Europa que Milan Kundera llamaba la Europa cautiva y que parecía el corazón del continente!
Eso significa Mayo del 68 y los procesos revolucionarios de la Primavera de Praga, que en el imaginario colectivo se nos suelen mostrar como revueltas a favor de la democracia y la libertad, aunque la realidad de las protestas y las consignas fueran otras.
El movimiento francés surge ante el descontento de un sector de la juventud gala ante la situación tanto política como económica que atravesaba el país. Por un lado, la guerra en Argelia, junto con el triunfo de las Revoluciones Cubana y China, motiva a los jóvenes franceses de izquierda a una lucha contra la sociedad de consumo, a la que culpan de todos los males. Por otro lado, la economía francesa comienza a sentir los primeros síntomas de lo que más tarde será la crisis mundial de los años 70. Sin embargo, lo curioso es que hasta ese año, el crecimiento económico en Francia había sido positivo, gracias a la aplicación por parte de Charles de Gaulle, cuyo ideario político conocido como gaullismo, que entre otros puntos ideológicos, mantenía:
El rechazo al liberalismo económico clásico, en beneficio de una economía orientada por el Estado con una visión voluntarista (planificación, ordenación del territorio, grandes proyectos públicos, keynesianismo, etc). El doble rechazo del capitalismo de corte más liberal (como explotación de una clase por otra) y de los socialismos revolucionarios basados en la lucha de clases, a la búsqueda de una “tercera vía” social. Más allá de una protección social avanzada, la participación (en los beneficios, en las decisiones, en la propiedad de la empresa), también denominada “asociación capital-trabajo”, debería reconciliar a los franceses entre ellos, sirviendo a los ideales de justicia y eficacia.
Los jóvenes se manifestaban no tanto por una cuestión de ideología económica de opresión y mal estar, sino ante la falta de libertades personales y sobre todo, sexuales, las cuales relacionaban con el modus vivendi del capitalismo tardío y la burguesía; pensaban por tanto, que la tan ansiada libertad política e individual, estaba en manos de los movimientos revolucionarios marxistas, sobre todo aquellos que habían triunfado en Cuba y en China. Es el momento en que la intelectualidad europea intenta romper con pensamiento marxista-leninista y se siente atraída por el maoísmo y su falacia de la Revolución Cultural.
En Checoslovaquia mientras tanto, Alexander Dubček intenta reformar el socialismo dominante y alejarlo de la esfera de Moscú. Ese intento de reforma se conoció como socialismo con rostro humano, una nueva corriente marxista que dentro del paraguas del Partido Comunista Checoslovaco introducía reformas en las elecciones de los representantes del pueblo, una apertura en la libertad de prensa y reconocía la necesidad de la iniciativa personal (que no privada) en asuntos económicos. Evidentemente, este alejamiento de la orbe de influencia de Moscú no gustó a Brézhnev y al Partido Comunista Ruso, que invadió Checoslovaquia para acabar con esas reformas y obligar a las aguas a volver a su natural cauce. Sobra decir que esta invasión no provocó muchas protestas ni mensajes en contra o de condena por parte de los intelectuales de izquierdas europeos.
La segunda raíz que preocupa a los doce del patíbulo europeo es la económica:
Y además, Europa se viene abajo por culpa de esta interminable crisis del euro, que todos sentimos que no está resuelta en absoluto : ¿no es una quimera esa moneda única abstracta, flotante, que no está unida a unas economías, unos recursos ni unas fiscalidades convergentes? ¿No es evidente que las únicas monedas comunes que han funcionado (el marco después del Zollverein, la lira de la unidad italiana, el franco suizo, el dólar) son las que se apoyaban en un proyecto político común? ¿No existe una ley de hierro que dice que, para que haya una moneda única, tiene que haber un mínimo de presupuesto, reglas contables, principios de inversión, es decir, políticas compartidas?
Sin una política fiscal común, no es posible una moneda única. El euro, según los autores, no ha servido como incentivo para una macro política fiscal que defienda un macro estado que haga lo que tiene que hacer, gestionar una macro política social que de soporte al concepto de un Estado del Bienestar Común.
Viendo estas raíces, a mí solo me queda un posible árbol, aquel que bajo sus hojas cobija una idea socialista de Europa, única ideología por lo visto capaz de lograr la tan ansiada, para los autores, Unión Política. Debe construirse el gran Estado Europeo, porque todos los males de la actual Europa, son producto de ese capitalismo indomable que únicamente atiende a razones cuando se sujeta bien fuerte con los grilletes del socialismo democrático. Más Europa significa para ellos, más Estado.
No entienden que la crisis del euro nace de un pecado de fatal arrogancia, de la pretensión intelectual de establecer una moneda única diseñada por políticos, no por el mercado, que ignoraban las posibles consecuencias. Y ahora que estas se manifiestan en Grecia, Portugal, Italia o España, nos llevamos las manos a la cabeza y no aceptamos la culpabilidad del origen político del euro; sino que indignados, culpamos a los mercados de habernos estropeado el invento.
Aún así, el euro como moneda no ha fallado, pues cumple perfectamente su misión como unidad de cambio, de cuenta y de depósito de valor. No podemos pedir peras a un olmo. Pretender afirmar que la crisis de la zona euro se debe inexistencia de una política fiscal, es a ojos de este humilde servidor, una estúpida majadería, porque las políticas fiscales de los países que usan la moneda común, nada pudieron hacer para mitigarla y mucho han hecho para empeorarla. ¿Quién nos asegura que una política fiscal macro europea hubiese sido la solución?
Yo no lo creo, porque tampoco la macro política común monetaria lo es ahora y sin embargo, si lo fue del problema en su origen. El Banco Central Europeo ha fallado, ese es el verdadero cáncer de nuestro sistema monetario y financiero, al elevarse en el altar único de manipulador de las variables monetarias, sobre todo, del tipo de interés oficial del dinero. Un lugar lleno de burócratas y políticos que creen saber lo que hacen, pero que en realidad, es una demostración más de esa fatal arrogancia que una y otra vez denunció Hayek.
En resumen, la solución de estos doce apóstoles de la nueva Europa, no deja de ser la vieja receta de los intelectuales europeos de siempre, más socialismo, menos mercado y por tanto, más Estado. Ellos mismos lo afirman cuando escriben:
Antes se decía: socialismo o barbarie. Hoy debemos decir: unión política o barbarie.
Por cierto, no puedo dejar de mencionar que el manifiesto no está firmado por ningún pensador británico, menos mal que nos queda Londres.