Analizamos Ejemplaridad Pública de Javier Gomá

COMPARTIR 0 TWITTEAR

El refrán dice que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino parecerlo. Javier Gomá toma como punto de partida la esencia del mencionado dicho para argumentar la necesidad de establecer una nueva “paidea” o nexo de cohesión social basado en la ejemplaridad pública. Un libro que nos exhorta a ser mejores y a parecer mejores, pero que además nos da pistas muy valiosas para entender muchos de los compartimientos públicos antes y durante la crisis. ¿Por qué la necesidad de una ejemplaridad pública? porque de ello depende, según el autor, la supervivencia de nuestra sociedad democrática.

¿Un libro de filosofía política? Sí. ¿Me he vuelto loco? No. La crisis que padecemos no es únicamente una crisis económica, lo es también social y política. No ha fallado simplemente un área del entramado de la sociedad, sino que ha saltado por los aires todo el modelo que la configura y por tanto, si queremos salir del atolladero, no sólo necesitamos medidas en política económica, sino también actuaciones en todos los niveles que configuran nuestra realidad social.

Muchas son las voces críticas que han opinado que la presente debacle es también la de una crisis de valores, que en mayor o menor medida, ha ayudado sino originado el desastre en el que nos encontramos. Javier Gomá ofrece una argumentación seria, profunda y estudiada de esa supuesta crisis de valores, pero al contrario de muchos, no aboga por recuperar los valores perdidos, sino por buscar unos nuevos acordes y coherentes con las sociedades democráticas en las que vivimos. Unas ideas y creencias que sean capaces de aunar el respeto por la idea de individuo y a la vez, el respeto por la democracia.

Ejemplaridad Pública

Información bibliográfica

Nombre: Ejemplaridad Pública
Autor: Javier Gomá
Editorial: Deusto
Precio: 19 € (3,79 € formato Kindle)

Temas principales

Sin miedo a equivocarme diré que existe un gran tema central al que revierte todo el contenido del libro, vivir una buena vida en sociedad. Y aunque el libro de Gomá no se trate de un manual de auto ayuda, como todo buen escrito de filosofía es la búsqueda de una respuesta a una pregunta vital de nuestra existencia, en este caso, de nuestro ser como parte de un todo social.

El autor estructura el volumen en tres partes, pero todas ellas están interconectadas de tal forma que lo que hace el filósofo es desplegar ante nosotros un camino que acabará desembocando en la ejemplaridad pública. Para ello, intenta dar respuesta a las siguientes preguntas:

– ¿Dónde estamos? – ¿Cómo hemos llegado aquí? – ¿Cómo podemos salir?

A cada una de estas cuestiones le corresponde una parte del libro:

– Primera Parte: Democracia – Segunda Parte: Virtud – Tercera Parte: Ejemplaridad

Ideas clave

La democracia que tenemos, es una democracia hija del nihilismo. ¿Qué significa eso?

[…] que hemos renunciado a los tradicionales vínculos de socialización del yo sin haberlos sustituido por otros nuevos.

Esos tradicionales vínculos, que los griegos clásicos llamaban “paideia”, de difícil traducción, son la costumbre o mores y la virtud. La “paideia” es la idea, el proceso por el cual un ciudadano supera su fase individualista y comprende que debe comenzar a ser parte del todo social, un momento vital en el cual se logra un “individuo socializado”.

El nihilismo supuso a partir del Romanticismo, todo un proceso de ataque a los dos conceptos que fundamentaron la “paideia” que configuró las sociedades anteriores. Un nihilismo que podemos clasificar en dos corrientes.

Un Nihilismo idealista, donde Hegel escribe en 1802 “Fe y Saber”, una defensa de las teorías de Fichte, ante el ataque de Jacobi, sobre la necesidad de romper esa relación con el más allá para permitir el paso hacia una subjetividad moderna. Lo que Ficthe y Hegel defienden es la ruptura con un mundo más allá del ser humano que permite que este tenga acceso a las ideas, las cuales sin su existencia, no serían posibles. Se trata de un ataque a la línea de flotación de la idea de “noumena”. Ello llevará a Hegel, cuando rememora un párrafo de Lutero que dice:

[…] el sentimiento de que Dios mismo ha muerto.”

Por otro lado, un nihilismo que hunde sus raíces en Nietzsche que en El gay saber anuncia la muerte de Dios:

[…] también los Dioses se corrompen. ¡Dios ha muerto!¡Dios está muerto!.

Sin embargo, aunque en los dos autores se hace referencia la muerte de Dios, las concepciones para el mismo hecho son muy diferentes:

En el fragmento de Nietzsche, por su parte, el Dios que muere denota un concepto más vasto, no su paso del espíritu hegeliano que atraviesa diversas experiencias en ruta hacia su última y definitiva etapa, sino toda la cultura occidental desde Sócrates, esto es, una aleación de ontología platónica y teología cristiana que luego Heidegger motejará de “onto-teo-logía”.

¿Qué quiere decir todo ésto? El hombre ha encontrado la forma de realizar la

más radical crítica que una cultura haya lanzado jamás contra sí misma.

Si hasta entonces todo el edificio del pensamiento humano descansaba sobre dos columnas fundamentales:

El hombre tiene un fundamento exterior a él, un fundamento absoluto, total, completo. El ser humano encuentra su explicación existencial en esa idea de algo ajeno a él, llamémoslo Demiurgo, Dios, Idea, Noumeno.

La creación de todo un lenguaje, es decir, toda una filosofía basada en el intento de conceptualizar, entender y explicar ese mundo exterior al hombre.

Sin embargo, el nihilismo derriba por completo esas dos columnas y con ello, todo el edificio de la filosofía hasta entonces, ya que:

[…] dicho fundamento absoluto allende al hombre ha demostrado ser una colosal mentira, porque el hombre se funda en sí mismo, en su vida, en su libertad, en su voluntad. La annihilatio mundi supone el necesario desenmascaramiento de este prolongado error.

Ese descubrir que el individuo no necesita nada externo para ser, provoca toda una reacción en cadena que junto con el proceso de la Ilustración y el liberalismo, acaba originando no solo a desaparición del pegamento social que unía las sociedades anteriores, la virtud y la costumbre, sino que favorece la aparición de un fenómeno curioso, la dualidad en el alma del hombre moderno.

Tenemos por un lado el:

Yo estético: caracterizado por el amor a su individualidad, a su ego, a su constante lucha para no dejarse diluir en el todo social, en la masa.

Yo ético: que es un yo estético que se percata de que a pesar de su individualidad, no puede permanecer en un constate estado de pasividad social. Supone el reconocimiento de una necesidad vital que se obliga a si misma a formar parte del entramado complejo de la sociedad y aportar a ese todo, aunque ello suponga, diluir o dejar de centralizar la existencia en ese yo estético anterior.

Esta división además, viene legitimada ya no sólo por los principios ideológicos que fundamentan nuestras democracias, sino también por la propia evolución del derecho. La supresión de la costumbre como fuente normativa, da pie al nacimiento del derecho coactivo, que obliga a través de la fuerza, acción que recae en un único dueño, el Estado Moderno. La fuerza de la costumbre, que obligaba no por coacción, sino por conciencia, a desaparecido. Junto a la costumbre, también ha desaparecido una de las ideas que forman la virtud.

Ésta desde Aristóteles, ha sido divida en dos clases:

virtud privada: que se centra en el ámbito de la familia y el trabajo. – virtud pública: que nace del servicio a la polis, la patria o el estado, cuyo componente es netamente político.

Con la idea de individualidad de los movimientos nihilistas, la primera se encierra en el terreno personal, siendo la segunda la que se va a pedir en exclusiva a los individuos que se decidan por entrar en el juego político.

Se produce por lo tanto un proceso curioso, la atención exclusiva en la virtud pública, hace desaparecer la necesidad de una virtud privada que deriva en una justificación de lo vulgar, ya no es necesario ser el mejor o más recto en lo privado, ya que nadie ni nada puede decirnos como actuar en ese ámbito del yo estético que hemos descrito. Además, la propia evolución del derecho desde la costumbre y la mores o moral al derecho coactivo, punitivo y legalista que no entra en la obligación moral, deja sin referencias ejemplificantes.

La única solución que sea capaz de involucrar de manera voluntaria al individuo en la vida social que necesita toda democracia para su supervivencia, la halla Javier Gomá en el concepto griego de la paideia:

Esta ecuación es comprensible desde la perspectiva de la teoría de los estadios, según la cual el yo abandona su estadio estético, privado y autorreferencial, para, entrando en el ético, reino de la publicidad de la polis, constituirse en ciudadano y, en cuanto colaborador responsable de la causa colectiva, también en ejemplo público. […] va más lejos que la ética durkheimiana de la especialización profesional al extenderse asimismo a la simultánea especialización del corazón, promoviendo en los ciudadanos una educación sentimental que se estima irrenunciable y obligatoria para una humanidad democrática y secularizada.

Esa paideia, ese proceso en que el individuo estético se socializa en un yo ético, tiene su germen en la ejemplaridad pública. ¿Por qué la importancia del ejemplo?, en la demostración de que un hecho determinado, es posible, real y normal. Lo posible y real nos lleva al hábito, es decir, que mediante la introducción de pequeños comportamientos en nuestra rutina diaria, metas que nos parecen lejanas pueden lograrse. Por otro lado, produce un proceso de normalización, convierte lo extraordinario en cotidiano. Se puede actuar de manera ejemplar y convertirlo en algo normal y común a todos.

Sin embargo, el verdadero potencial del ejemplo se encuentra en su dimensión normativa:

La ejemplaridad del ejemplo nos golpea y nos obliga a tomar conciencia de nuestra vulgaridad de vida. El mal ejemplo me absuelve, el bueno me condena. […] La influencia del ejemplo me fuerza, por tanto, a responder de mi vida y me coloca en una posición de responsabilidad con la relación a mi vulgaridad presente, apremiándome a reformarla.

Al fin y al cabo, lo que nos quiere recordar Gomá es que un ejemplo vale más que mil palabras a la hora de educar e implicar, para bien o para mal.

Bibliografía del autor

Javier_Gomá_Lanzón Licenciado en Filología Clásica, Derecho y Doctor en Filosofía por la UNED, con la calificación Sobresaliente cum Laude por Unanimidad bajo la dirección de Javier Muguerza, número uno de la promoción en las oposiciones al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. Actualmente es Director de la Fundación Juan March y desde enero de 2011, Distinguished Visiting Professor de IE Universidad. Además de ser colaborador en infinidad de medios tanto nacionales como internacionales, ha publicado varios libros y artículos entre los que cabe destacar “Imitación y experiencia” con el cual logró el Premio Nacional de Ensayo de 2004, “Aquiles en el gineceo, o aprender a ser mortal” o “Necesario pero imposible”.

Conclusiones

80

<

p> Se puede pensar que la importancia de la ejemplaridad pública no puede ir más allá del ámbito político, social o personal y su influencia en el terreno económico no deja de ser algo anecdótico, tangencial y menos importante que otros aspectos. Sin embargo, cuanto más entendemos esta crisis, cuanto más indagamos y comprendemos los pormenores que nos han llevado a todos a esta situación, nos percatamos que quizás, esa ejemplaridad pública que defiende Javier Gomá, no es algo tan ajeno al mundo económico y financiero.

Si nos remitimos al informe del Banco Mundial publicado en el año 2006, “¿Dónde está la riqueza de las naciones? Una medición del capital para el siglo XXI” comprobamos que frente a otros aspectos de la riqueza como el capital de los recursos naturales o el capital producido, el componente más importante en las últimas décadas es lo que se conoce como capital intangible. Este capital, que explica el 78% de la riqueza en el mundo, está compuesto tanto por un Estado de Derecho previsible y estable, una educación de calidad y las remesas de inversión. Es significativo que las mayores aportaciones a la hora de entender ese capital intangible provengan del estado de derecho con un 57%, y que junto con la educación, con un 36%, dejen en un tercer lugar casi irrisorio las remesas de inversión . Es decir, una parte muy importante de la riqueza de un país proviene de que las instituciones que lo integran y forman, sean firmes, estables, respetuosas y previsibles.

Si a lo anterior, unimos lo que todos ya sabemos en lo referente a los comportamientos individuales y colectivos, como han sido la perversión de la labor comercial en el sector financiero con productos como las hipotécas basura, las acciones preferentes o las tasaciones. La corrupción a todos los niveles, que siempre lleva en su seno los lazos del sector privado y público, desde la malversación de fondos públicos al fraude y demás delitos, nos damos cuenta de la importancia que tiene la ejemplaridad. Estamos hablando, en resumen, de confianza, esa confianza que hemos perdido en nosotros, en nuestros representantes empresariales y políticos pero que también, han perdido los inversores extranjeros. Si no somos ejemplares, si no decidimos vivir la buena vida, si no elegimos de una vez dejar de lado la picaresca que tanto nos caracteriza, saldremos de la crisis, sin duda, pero no habremos aprendido ninguna lección.

Archivado en Análisis, Crisis, España, Filosofía, Política
COMPARTIR 0 TWITTEAR

Comentarios (8)

Usa tu cuenta de Facebook para dejar tu opinión.

Otras webs de Difoosion