Corren malos tiempos para los banqueros. Seguramente haya algunos (¿muchos?) que han tratado de hacer bien las cosas, pero durante la crisis que nos ha tocado vivir no dejamos de leer noticias que indignan por la inmoralidad que demuestran unas personas a las que hemos confiado el corazón de nuestras economías occidentales. Y por desgracia se trata de una epidemia que afecta tanto a directivos de Lehman Brothers en Estados Unidos, como a los de las cajas y bancos españoles. Todos toman el dinero y corren como si de una película de Woody Allen se tratara.
Y no nos creamos que se conforman con un par de millones, con media docena… No. Se van cobrando cifras más elevadas que previamente se habían encargado de “asegurar” blindando sus ya de por sí lucrativos contratos o sus onerosas jubilaciones. Algunos afortunadamente tendrán, por lo menos, que pasar por el mal trago de un juicio: cinco directivos de la Caja del Mediterráneo han sido imputados por la Audiencia Nacional; anticorrupción se querella contra otros cinco de Novacaixagalicia… El resultado: dentro de unos años.
Pero en los últimos días hay algo que me preocupa y mucho, y es la demostración palpable de que los mercados financieros son, en el mejor de los casos, sólo medianamente eficientes en el sentido que a esta expresión dio Eugene Fama. Según su Teoría de la Eficiencia de los Mercados, éstos pueden presentar tres grados de eficiencia:
– Eficiencia débil: si es imposible “batir al mercado” (es decir, obtener rendimientos superiores a la media) usando toda la información histórica disponible.
– Eficiencia semifuerte: si es imposible batir al mercado usando toda la información pública disponible (pero sí lo es usando información privilegiada).
– Eficiencia fuerte: nadie puede obtener del mercado rendimientos superiores a la media.
Pues a la luz de las últimas noticias aparecidas en diversos medios de comunicación (véanse, por ejemplo, Cinco Días, El Mundo, El País o Expansión) resulta que a los directivos de la todopoderosa City londinense les pareció oportuno obtener algunos beneficios extra (a costa evidentemente del resto de los mortales) pactando, entre 2005 y 2009, los precios del LIBOR y del EURIBOR (el LIBOR, London InterBank Offered Rate, es un tipo de interés de referencia mundial de características similares al EURIBOR). Demostración, como dije, de que es posible batir al mercado usando información privilegiada.
La gravedad de esa actuación puede ser medida a través de la irresponsabilidad que conlleva o de sus efectos sobre la economía. En efecto, las economías occidentales se apoyan en lo que se denomina sistemas fiduciarios: esto quiere decir que los agentes de dichas economías tenemos fe, confiamos, en la palabra dada por las entidades emisoras de billetes acerca del valor de los mismos. Palabra que, desde los primeros años 70 del pasado siglo, no está respaldada por oro ni por otros activos reales guardados en sus cámaras acorazadas, sino que simplemente es eso: una palabra, una promesa. Alguien tan cercano al núcleo de nuestros sistemas financieros que cometa la imprudencia de jugar de manera tan irresponsable con esa confianza merece un castigo ejemplar.
En cuanto a los efectos sobre la economía, imagínense… Por ejemplo, en España el 99,6% de las hipotecas firmadas son a interés variable, según datos de la Asociación Hipotecaria Española (PDF) para 2011, la inmensa mayoría contra el EURIBOR. ¿En cuánto se podrían valorar unos cuántos puntos básicos arriba o abajo del valor que debería haber marcado? Sólo hay dos cosas seguras: que alguien se benefició de esas diferencias y que no hemos sido ni usted ni yo.
Lo dicho, esperemos que todas estas conductas ilegales (e inmorales) tengas su merecido castigo y que éste sea ejemplar. Y cuánto más pronto, mejor. Lo merecemos los que sufrimos las consecuencias de sus excesos de avaricia.