Es muy posible que la historia se repita y, de la misma forma que avanza la tecnología y la globalización, en su versión 3.0, actualmente, avanza la forma de conquistar territorios. En función del grado de civilización, se opta por una forma u otra de conquistar nuevas tierras, y lo podemos ver en nuestra vasta historia, desde la invasión ibérica por parte de los pueblos visigodos en el siglo V y su simétrica de suevos, vándalos y alanos, hasta la reciente toma de Libia, cada una de ellas en su justa proporción, y de acorde a los métodos más eficientes en vigencia. Parecerá exagerado, quizás lo sea, pero no hay más que repasar las distintas profecías, esas que nunca se cumplen, y nos daremos cuenta que algo está pasando, y que algunos visionarios realmente estaban en lo cierto, que las cosas están cambiando, y que hay muchas formas de ir a la guerra y de avanzar en la territorialidad.
En el siglo XXI no está muy bien considerado el actuar de forma beligerante ante otros gobiernos, tierras o poderes, salvo que se enarbole la bandera de las causas humanitarias, muy discutibles en ciertos casos, puesto que no dejan de ser métodos para adoctrinar a los ajenos sobre nuestra correcta forma de vida. Como en cualquier guerra, de las de antaño y modernas, el que realmente sufre las consecuencias, las penurias, hambruna, bajas y recortes, es el Pueblo llano. Como en cualquier guerra, los oponentes discuten por una hegemonía, antaño territorial, hoy política y económica. La mayor diferencia estriba en a forma, antes se teñían de sangre los campos de batalla y las ruinas, hoy se tiñen de pobreza y sufrimiento, de preocupaciones y de violaciones de cualquier atisbo de bienestar social. Al igual que antes, los ricos se vuelven más ricos y poderosos, los pobres más pobres y más resignados. En vez de alzar la voz en pos de la supremacía de la raza, los ejércitos silenciosos avanzan sus filas apelando al bien general, al bien de algunos solamente.
Excepción hecha de ciertos conflictos marcados por razones eclesiásticas, las menos y nada justificables a día de hoy, el resto, y la Historia es extensa, todos ellos se basan en la ambición, desmedida por alcanzar medios productivos, mestizaje y orgullo patrio. Ahora cambiemos infantería, lanzas y espadas, catapultas, carros de combate y misiles por mercados (etéreos y virtuales), tecnología, políticas ocultas, poderes fácticos y ambiciosos y dinero. Es bastante evidente que los medios son distintos, pero los fines y consecuencias, los mismos. Sí, como he comentado antes, parece exagerado, de hecho lo es.
En las últimas semanas hemos vivido una constante espiral de noticias, que parecían aliviar un poco la presión sobre los países, como España, con graves problemas. Se nos ha vendido todo esto como un signo de esperanza, y siempre acaba en el mismo punto, desplome bursátil, incremento de la prima de riesgo, anuncio de más medidas y mayor desconfianza expresada desde esos virtuales mercados, de los cuales no podemos escapar por encontrarnos dentro del sistema. Hemos aceptado las normas del juego, y no se pueden cambiar a estas alturas del transcurso. Humildemente, no veo muchas más salidas, lejos de hincar la rodilla, bajar la cabeza y esperar a que los ejércitos avancen.
En España, pero dirigido desde tierras más remotas, hemos implantado severas medidas de la mal llamada austeridad, pobreza en su término exacto, que solamente recaen sobre los mismos, los sufridores de todas las guerras, el Pueblo. Aún no hemos podido leer, ni tan siquiera en intenciones, alguna acción que tenga por objetivo atajar el verdadero problema social, la inaceptable tasa de desempleo o la desmesurada estructura estatal. Por varias razones, porque liberaría al sufridor Pueblo del yugo, y dejaría de engordar las arcas de los políticos, a la usanza, los nobles. Solo es cuestión de esperar hasta que se produzca un verdadero motín en el seno de las filas internas. Y es que lo que realmente me asombra, es la cruda resignación en que vivimos instalados. Impasibles ante toda esta sarta de atropellos y de recorte de derechos básicos.
No estoy negando que haya ciertas medidas que sean de obligado cumplimiento, como pueden ser la reordenación sanitaria y en materia de educación, o una subida de la presión fiscal, lo alarmante, y lo que es realmente aleccionador es el hecho de que lo tenga que ejecutar este Gobierno, que se jactaba de liberal. He tratado de utilizar las palabras adecuadas, reorganización, no recorte. Donde no cabe reorganización, y sí recorte, es en la faraónica estructura, inútil, estéril e ineficiente. Cada vez nos pareceremos más a los tiempos donde convivían reyes y nobles con grandes faustos, con el pueblo más oprimido y miserable. Esta tendencia no es nueva, un reciente estudio de las cien ciudades más cosmopolitas del mundo arroja el resultado alarmante siguiente: las diez primeras son inalcanzables por el undécimo, y las cincuenta últimas, denominadas laggers distan del resto por una brecha que no cambia desde el inicio de la era moderna. Dicho de otro modo, las diferencias entre ricos y pobres se agrandan, estirando el ranking como si de una goma se tratase.
La situación en que nos encontramos no es precisamente muy halagüeña. Siempre bajo mi opinión, nuestro país ha sido vendido, conquistado en otros tiempos, bajo la promesa de la protección a los vasallos. Desde hace meses, concretamente Mayo de 2010, España se encuentra dirigida y sometida por los mercados sigilosos. Ejecutando los pasos de avance de las tropas de una forma muy sutil, y sin mostrar beligerancia, hemos perdido toda nuestra soberanía, toda nuestra libertad como realidad nacional incontestable. Los pasos a seguir son la cesión de todos los ámbitos del poder nacional, Hacienda y Economía ya han sido traspasados recientemente, solo nos queda el núcleo de poder. Es evidente que vivimos bajo un Estado de Derecho, en Democracia (mientras no busquemos un nuevo nombre que lo designe), y que a través de un sufragio, hemos elegido a nuestros mandatarios, cuestión que los mercados no pueden variar. Para que nadie se sienta realmente invadido, la solución aportada será la de obligar y forzar a los electos a ceder más poder. A través de un cambio de equipo de gobierno, también dirigido por esos mercados, seremos desprovistos de cualquier signo de independencia y de libertad. El cambio será disfrazado de una renovación, de un lavado de cara de un gobierno cansado y vapuleado, y de la necesidad de implantar medidas más técnicas. La pregunta que debemos hacernos, si esto ocurre, es, ¿quién dirige el proceso, quienes son los elegidos y electores?.
Y es que es más que evidente que cualquier medida adoptada, por dura que esta haya sido, no sacia la voracidad y ambición de los ejércitos silenciosos y ha sido estéril. Quizás la única medida que aporte tranquilidad y dirija el punto de mira hacia otros objetivos territoriales sea la definitiva cesión del poder pleno.
Y mientras, seguimos resignados, dejando que nuestros derechos y realidades sean malversados por entes de dudosa credibilidad.