Hay un dicho popular, entre los raros marketinianos, que reza lo siguiente: La primera generación funda la empresa, la segunda la disfruta y la tercera se la funde. Así es, de hecho, si en un arrebato de melancolía televisiva, a la pregunta, “por 25 pesetas enumere empresas de éxito que hayan sido fundidas por las generaciones sucesivas”, en el UN-DOS-TRES nos hubiésemos coronado y pasado a la subasta. Pero en esta extensa lista, no busquen, el Grupo Ingapán no aparece. Para situar este ejemplo de éxito, basado en los pilares del esfuerzo, tesón, visión a largo plazo y fundamentado en unos valores reales y no de ficción, empiezo con una breve historia de la empresa, verdadera causa de su indiscutible éxito.
Debemos remontarnos al segundo cuarto del siglo XX, cuando D. Manuel Chousa, esforzado y enamorado panadero de profesión, decide que éste es el trabajo que ama y siente. Heredero de la tradición familiar, tras un corto, pero duro periplo en obradores de Lugo, decide, junto a Doña Luisa, su esposa, que es el momento de fundar su propio negocio, en el que podrá desarrollar su labor con mayor independencia, y sobre todo con abnegada aplicación. Sin saberlo, técnicamente en un ejercicio de optimización de los eslabones horizontales, decide que su lugar de fabricación, un humilde horno artesanal de piedra, debe estar cerca de su casa. Tan cerca como pueda, de tal modo que pueda elaborar un pan a diario sin pérdidas de tiempo, que le permita trabajar siete noches a la semana. Tan cerca, que se sitúa en los bajos de su casa familiar. La distribución del producto se realiza de forma artesanal, como la propia manufactura, en burro, o en bicicleta, y en otro ejemplo de visión, despliega un piggy back y complementa la distribución de su producto con otros, como leche o carbón. Solamente ha descansado un día, víspera de festivo, y para contraer matrimonio.
Tras una serie de años trabajando conjuntamente con otros panaderos locales, D. Manuel decide que su forma de elaborar el pan es distinta, y debe continuar distinta, y por ello, con su propia harina y levadura decide independizarse, y por el año de 1959, nace la panadería Chousa. El pan, sencillo producto, complejo al tiempo, está cargado de simbolismo, y los nuevos empresarios Chousa lo saben bien. Entre ambos, unido matrimonio, proyectan el arte y su emoción al producto. Comienza, lo que realmente se forjará en el futuro, una verdadera transmisión de valores, una cultura organizacional digna de encomio. Fiel a sus proveedores de siempre, como si de una alianza estratégica se tratase, los duros e injustos años de la postguerra, afectan lo mínimo al negocio. Fiel, constante y enamorado del trabajo, los requerimientos de estructura son cada vez mayores, puesto que Chousa tenía un claro plan de crecimiento interno en la privilegiada cabeza de D. Manuel y Dña Luisa.
Se moderniza el sistema de distribución, comprando un vehículo a motor, el proceso de fabricación sufre la llegada de la tecnología, pero manteniendo el principio básico, elaboración artesanal, con una receta familiar y con la materia prima de origen, filosofía que hoy, en pleno siglo XXI, aún perdura. Esta nueva configuración en el proceso de fabricación, dejó ociosos algunos recursos de enorme valía, el horno de piedra, el cual fue utilizado por Luisa para elaborar productos relacionados; empanadas, pastelería casera, y que además, le daría salida a los centenares de huevos que sus más de cien gallinas ponían a diario, y que eran batidos a mano por la artesana pastelera. Con el devenir de los años, el avance del tiempo, noche tras noche, y ante los cambios en los gustos y necesidades de los consumidores, Chousa vivió una serie de transformaciones, provocadas por su expansión, y por el compromiso que había adquirido con la sociedad luguesa, servir un pan recién horneado.
Así visto, parece que Chousa ha basado todo en el esfuerzo, y por qué no, en algo de suerte. Siendo esto cierto, hay una serie de cuestiones que destacan, y que son el verdadero principio de la familia y negocio. El compromiso, con la familia y sociedad, los valores transmitidos a las generaciones futuras, la exclusiva dedicación al trabajo, el anclaje a la calidad sin peros, la enorme intuición e innata sabiduría, han convertido a lo que empezó llamándose panadería Chousa, en el Grupo Ingapan. Esta escalonada transformación, sin un plan de negocio moderno escrito para las primeras décadas, tiene para mí, una razón, un origen, y ésta no es otra que la sencillez y erudición, con la que Manuel y Luisa han sabido transmitir los valores más ciertos y puros a sus sucesores.
A diario, y más en los turbulentos momentos económicos que vivimos, asistimos a la destrucción de empresas, pequeñas, medianas y no tan medianas, debido a un vacío en la verdadera sucesión. No olvidemos, que lo que hoy es una empresa, lo es entre otros factores, gracias a la huella y ADN impreso de los gerentes pasados, siendo muy difícil separar tradición de cultura de la organización. Los tiempos avanzan, las técnicas mejoran, los requerimientos cambian, pero lo único que perdura en el tiempo, lo que es inmutable son los principios y los valores. Más allá de un producto excepcional, de un grupo humano de primera categoría, el éxito del Grupo Ingapan está fundamentado en un algo no perecedero: valores y cultura. En una empresa en la cual el apellido no es garantía ni derecho adquirido de contrato, ni título, solamente, si uno se emociona y se le eriza el bello al oler el pan, puede encajar con la filosofía del grupo. Éste es el requisito básico para formar parte de la aventura profesional, mucho más allá de títulos universitario y másteres. Parece sencillo, pero es realmente una ardua y difícil tarea, gestionar negocio y familia, sin fricciones, sin envidias, al margen de la enorme y estudiada problemática de la empresa familiar. Lograr este equilibrio duradero ha supuesto un camino difícil, con muchas respuestas no, y con grandes dotes de gestión de capital humano.
En la actualidad, lo que realmente se valora son aquellas variables medibles y cuantificables, pero es que hasta en este aspecto el grupo adquiere un sobresaliente. Para no abrumar al lector con información se segundo nivel, solamente quisiera resaltar algunos datos realmente de otra galaxia. Un volumen de facturación de notable liderazgo, en torno a los 80 millones de euros, más de 450 trabajadores, de los cuales, fieles a su compromiso social, el 80% son mujeres y la media de edad situada en la treintena. Sobresaliente, sencillamente sobresaliente. Cuando uno de los problemas más graves que atravesamos gira en torno al desempleo juvenil y a la desigualdad en sexo, el grupo Ingapan vuelve a revelar su inamovible compromiso social, impertérrito y de aplicación automática, porque está impreso, como he dicho anteriormente, en los genes. Presencia directa en 23 países, a los cuales aporta una receta única made in Galicia by Chousa, y con un conjunto de 8 marcas que son sinónimo de calidad y tradición. 4 delegaciones, más de 200 distribuidores y hasta15 líneas de producción. Son muchos los calificativos posibles, me quedo con el de excelencia, y un resultado, el éxito.
Vuelvo a retomar el asunto de los valores, de la tradición, del compromiso. Son decenas, centenares, miles quizás, las empresas que publican una RSP (Responsabilidad Social Corporativa) para rellenar una parte de su página web, para un uso sospechoso y torticero ante la Sociedad, como herramienta del marketing mal entendido. Empresas cuyos directivos gozan de pensiones multimillonarias mientras sus clientes se desangran, mientras se destruyen puestos de trabajo o se daña gravemente el medio ambiente. Empresas que alcanzan notoriedad en temporadas de flaqueza emocional, por ejemplo Navidad, escrutando su presupuesto de marketing para arañar unos miles de euros y destinarlos a una acción social X, de nulo seguimiento ni continuidad.
El consumidor, muchas veces cegado y muy poco analítico, las valora positivamente, aunque cada vez somos más los que, bien como consumidores responsables o como profesionales del marketing de verdad, las criticamos y nos alejamos de estas marcas, pasando de la admiración al rechazo en un ejercicio de polarización inversa radical. Allá cada cual con su conciencia, de un lado y del otro del punto de venta. En este sensible punto, delicado compromiso social, el grupo Ingapan ha sabido reinventarse, y dar una vuelta más de tuerca a su exquisita filosofía innata. Como ya he comentado, el pan está cargado de simbología, desde la Biblia hasta nuestros días, y por lo tanto, una perfección en este alineamiento ha dado con la campaña que año tras año el grupo desarrolla a favor de los que menos tienen. Reitero mi parecer, excelencia.
Son varios los hitos que han marcado la trayectoria de Ingapan, que nació hace más de 50 años con el nada pretencioso nombre de panadería Chousa. La incorporación selectiva de las nuevas generaciones, que en vez de mancharse de barro o de chocolate, como el resto de los mortales, lo hacían de harina, que en vez de recordar con nostalgia los olores típicos de la calle, se siguen emocionando con el aroma de las primeras hornadas del día, cuyo aire que respiran, sin la mezcla de harina y levadura adecuada no activaría el hipotálamo. Los tiempos han cambiado, y en el proceso de adaptación, el grupo ha apostado por la internacionalización, por las nuevas tecnologías, por la especialización, sin dejar en el olvido el verdadero motor, la pasión inculcada por los abuelos, la tradición artesanal y los valores de compromiso. Parece imposible, y desde luego ha sido todo un reto, el trasladar todo esto a una producción elefantiásica, exportando calidad, y siendo un referente y líder en países con una enorme tradición panadera o pastelera. Increíble.
Un aspecto que me ha llamado poderosamente la atención, y que es un claro ejemplo de respeto y de nostalgia, es el hecho de mantener alguna línea de negocio de mínimos beneficios, o nulos, incluso resultado económico negativo (resalto lo de económico), pero que se mantienen porque son producto de la ilusión inicial y merecen un lugar de honor. Luchar de tú a tú con la pastelería industrial no es fácil, rendir un homenaje en forma de pastelito a los mayores, aún menos, pero seguro que es enormemente reconfortante. Y es que no todo es tangible.
Estimado lector, este caso de éxito no está basado en la primitiva cuenta de resultados ni en balances, ni en volúmenes de venta, ni en beneficios astronómicos, está basado en una serie de factores, que lejos de ser tangibles, son un claro ejemplo de como una marca se capitaliza en una visión 360. Cuando la inmensa mayoría del público objetivo resumiría éxito empresarial en expresiones relacionadas con última tecnología móvil, moda exclusiva, vehículos de última generación, etc., algunos muchos todavía lo relacionamos con una experiencia personal, con un sentimiento, con un olor……, olor a pan recién hecho cada noche.