Contra viento y marea: Una economía caracterizada por el gran mal de J.B. Delong

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“Contra viento y marea” la sección de CapitaLibre con ganas de polémica, debate e intercambio. Los miércoles, ese día de la semana anodino, en el que llevamos dos trabajados y nos faltan dos para volver a descansar, ya no volverán a ser tristes y aburridos, sino el día que un humilde servidor, contra viento y marea, defenderá sus ideas y posturas contra artículos y opiniones que no comparto.

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Domingo de Carnaval y leyendo el suplemento de Negocios de El País, me encuentro con tres artículos que compiten duro para ser los protagonistas de la nueva publicación de Contra viento y marea, a saber, “Una economía caracterizada por el gran mal” del J. Bradford Delong, “Ceguera autoinducida y secretismo” de Antón Costas y “Échale la culpa a la FED” de Kenneth Rogoff. Al final, después de pensar sobre cuál escoger, tomo la solución más salomónica, el trío será el protagonista del nuevo artículo para CapitaLibre.

Lo hago no por un capricho o por pensar que puedo lanzarme contra viento y marea a pelearme con tres oponentes de la altura de Delong, Costas o Rogoff, sino porque los tres artículos que han publicado los citados economistas, comparten una visión determinada del papel de la política monetaria y sobre todo, los Bancos Centrales.

Delong intenta dar respuesta a la pregunta:

¿Por qué han fracasado los Gobiernos y los bancos centrales?

Pues la respuesta a esa pregunta de forma clara y sencilla es, para el autor, no haber entendido que:

[…] el gasto de una persona es el ingreso de otra, el desapalancamiento universal solo produce depresión y un elevado desempleo.

Para ello, propone una serie de soluciones:

  1. En primer lugar, evitarla: evitar lo que quiera que infunda el deseo de desapalancamiento, ya sea la presión exterior con el patrón oro, las burbujas de precios de los activos o ciclos de apalancamiento y pánico, como por ejemplo el de 2003-2009.

  2. Si no se ha logrado eso, suprimir el deseo de desapalancamiento haciendo que el banco central compre bonos por efectivo, con lo que hará bajar los tipos de interés para que la tenencia de deuda resulte más atractiva que la de efectivo.

  3. Si tampoco se ha logrado eso, suprimir el deseo de desapalancamiento haciendo que el Tesoro garantice los activos de riesgo o emita otros que sean seguros para aumentar la calidad de la deuda existente en el mercado; también eso hará que la tenencia de deuda sea más atractiva.

  4. Si eso falla, suprimir el deseo de desapalancamiento prometiendo imprimir más dinero en el futuro, lo que aumentaría la tasa de inflación y haría que la tenencia de efectivo resultara menos atractiva que el gasto.

5 .En el peor de los casos, hacer que el Gobierno intervenga, se endeude y compre, con lo que se reequilibrará la economía al desapalancarse el sector privado.

Para decirlo de una manera más sencilla, si la fiesta se termina porque se ha acabado el alcohol y puede aparecer la resaca, lo que debe y puede hacer el Estado es evitar que el líquido elemento no se acabe, esto es, más dinero. Para el Sr. Delong, la crisis aparece porque el gasto en consumo privado se reduce, aumenta la tasa de ahorro y por tanto, la mejor forma de evitar las consecuencias nefastas de esa situación es volver a regar todo de rica financiación. Si estas medidas no han funcionado con la presente debacle económica es porque:

[…] no hemos conseguido el pleno empleo por la tercera razón. La cuestión no es que los Gobiernos y los bancos centrales no puedan restablecer el empleo o no sepan cómo, sino que no adoptarán las medidas de políticas expansionistas en una escala suficiente para restablecer el pleno empleo rápidamente.

Vamos, que no le han dado a la máquina de imprimir dinero lo suficiente, se han acobardado por el camino y han caído presa de los malos consejos de que Keynes describió como:

[…] los “seres austeros y puritanos” que propugnan “lo que llaman cortésmente una ‘liquidación prolongada’ […].

El problema del Sr. Delong, y de todos los neo-keynesianos que piensan como él, es que no comprenden lo que los economistas austríacos denominan teoría del capital. Ya Eugen von Böhm-Bawerk expuso:

En primer lugar, la utilidad marginal de los ingresos de las personas descenderá con el tiempo porque esperan mayores ingresos en el futuro. En segundo lugar, por razones psicológicas la utilidad marginal de un bien disminuye con el tiempo. Por ambas razones, los economistas llaman a esto “preferencia temporal positiva”, la gente está dispuesta a pagar tasas de interés positivas para conseguir el acceso a los recursos en el presente, e insisten en cobrar intereses si van a renunciar a dicho acceso.

La gente prefiere consumir ahora que hacerlo en el futuro, por ello, el dinero destinado a la inversión y que será gastado en un futuro, deberá ser recompensado por medio de un tipo de interés que refleje el valor de esos bienes que serán consumidos pasado ese tiempo. De ese juego de preferencias temporales y psicológicas, nace el tipo de interés. El problema, es que ese precio del dinero, no está marcado por el libre juego del mercado, sino establecido por una autoridad, los bancos centrales.

Mises and Hayek El papel que juegan las autoridades monetarias da lugar a lo que los economistas de la escuela austriaca denominan teoría del ciclo económico, desarrolada por Mises y ampliada por Hayek. La cuál dice, resumiendo muy mucho, que esa intervención sobre el mercado monetario, provoca distorsiones en la percepción del riesgo y la mentalidad de consumidores y empresarios, haciendo cambiar sus preferencias temporales de consumo y por ende, de estructura productiva. Así la manipulación deliberada por parte de los bancos centrales provoca, como ya he expuesto en CapitaLibre:

La creación expansiva de créditos y depósitos sin respaldo de ahorro efectivo (medios fiduciarios) a que daba lugar el sistema bancario basado en un coeficiente de reserva fraccionaria dirigido por un banco central, no sólo generaba un crecimiento cíclico y descontrolado de la oferta monetaria, sino que también, al plasmarse en la creación ex nihilo de créditos a tipos de interés artificialmente reducidos, inevitablemente daba lugar a un “alargamiento” artificial e insostenible de los procesos productivos, que tendían así a hacerse de forma indebida excesivamente intensos en capital. […] la amplificación de todo proceso inflacionario mediante la expansión crediticia, tarde o temprano de manera espontánea e inexorable, habrá de revertirse, dando lugar a una crisis o recesión…

La recesión, por tanto, no deja de ser la vuelta a la cordura, el momento en que la estructura económica se recupera de manera forzosa, de una situación adulterada promovida por la autoridad monetaria. Aunque suene raro decirlo, es la cura, la resaca, de la enfermedad que sufrimos, la borrachera de crédito barato que vivimos.

Este papel nefasto para la economía de los bancos centrales me lleva al artículo del Sr. Rogoff, “”Échale la culpa a la FED”, donde intenta salir al paso de las críticas vertidas contra la autoridad monetaria norteamericana cuando se les culpa de no prever la crisis. El problema para el economista y profesor de Harvard está en:

Los modelos macroeconómicos más avanzados de los bancos centrales también fallaron miserablemente —de tal forma que los economistas lo han comenzado a reconocer completamente hace poco tiempo—. Si bien la Fed evalúa muchos enfoques e indicadores al tomar sus decisiones, no hay duda de que se vio fuertemente influida por el pensamiento académico dominante —incluidos los llamados modelos de ciclos económicos reales y los modelos del nuevo keynesianismo— que suponía que los mercados financieros funcionan perfectamente. De hecho, los bancos centrales más importantes del mundo y la profesión económica publicitaron la idea de la “gran moderación”: el silenciamiento de la volatilidad macroeconómica, en parte por el enfoque de las autoridades monetarias, basado en modelos y supuestamente más científico, para el desarrollo de políticas.

Es muy recomendable aquí volver a las tesis de los cisnes negros de Taleb, que nos lleva a creer, aunque sea erróneo, que todo modelo econométrico es capaz de predecir el futuro, si bien no de manera perfecta, si muy aproximada y por tanto, somos capaces mediante las herramientas matemáticas y estadísticas, de prever la incertidumbre y reducir el riesgo en la economía y las finanzas.

Esta ceguera que nos provoca la econometría me lleva directamente a nuestro último invitado, el Sr. Costas, que en su artículo “Ceguera y autoinducida y secretismo” dice:

Aunque los financieros y economistas parecen ser más propensos a padecer cegueras de este tipo, es un problema muy humano. Es una manifestación de lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”, la conducta consistente en no querer ver todo aquello que de ser visto nos obligaría a cambiar nuestras creencias más profundas.

Y a pesar de que el autor la usa para criticar el funcionamiento del mercado financiero actual, demasiado poco regulado para sus pareceres, ya que hasta el propio Alan Greenspan dijo:

“Al asumir el cargo me esperaba una agradable sorpresa. Sabía por mis contactos con miembros de la plantilla de la Fed (…) lo muy cualificados que estaban. De lo que no había sido consciente era de la orientación pro libre mercado del personal que caracterizaba (…) a la División de Supervisión y Regulación bancaria”.

Lo que no ve el Sr. Costas, al igual que tampoco lo vio el Sr. Greenspan es que la FED y de hecho, cualquier banco central, es lo menos pro libre mercado que pueda existir, por mucho que la institución esté llena de liberales. A mayores de que esa “disonancia cognitiva” que el achaca a los defensores del liberalismo, es perfectamente aplicable también a los intentos intervencionistas en la economía por parte del Estado.

Archivado en Bonos del Estado, Deuda Pública, Estado del Bienestar, Mercados financieros, Rescate Banca, Teoría Económica
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