Una aproximación a la teoría de la oferta (y V): el monopolio natural

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Para finalizar con esta serie de entradas sobre la teoría de la oferta, y una vez hemos tratado ya lo perjudicial que es el monopolio para que el equilibrio de mercado sea eficiente –en el sentido de que asigne de forma eficiente los recursos disponibles–, nos queda por ver qué posibles soluciones aporta la economía en el caso de que el monopolio sea el resultado de dejar actuar a las fuerzas competitivas. Esta situación se conoce como monopolio natural y ha sido objeto de estudio por parte de los teóricos de la economía desde los inicios de esta disciplina.

El ferrocarril como ejemplo de monopolio natural

Fue en 1848 cuando J.S. Mill enunció una de las primeras definiciones de monopolio natural: son monopolios naturales aquellos creados por las circunstancias y no por la ley. Es ésta una definición muy amplia y, por tanto, poco adecuada como tal, pero no cabe duda de que su sentido apunta en la dirección correcta.

Aunque existen muchos ejemplos de monopolios naturales, en general, las redes de transporte –ferrocarriles, carreteras y autopistas, electricidad, gas y agua potable, telecomunicaciones…– constituyen el ejemplo más claro de los mismos. En efecto, las redes de transporte son monopolios naturales porque es más eficiente económicamente que exista una única red que pueda ser compartida por las empresas que desarrollan la actividad; no tendría mucho sentido, tener líneas férreas, autopistas o líneas de alta tensión que corrieran paralelas compitiendo para unir dos mismos puntos.

El economista John Stuart Mill

Durante muchos años los economistas creyeron, con pocas variaciones, que el monopolio natural se explicaba bien porque la actividad de que se tratase requería unas fuertes inversiones iniciales que actuaban como barreras ante la entrada de nuevos competidores en el mercado; o bien porque, simplemente, la producción a gran escala era preferible a la producción a pequeña escala. J.S. Mill (en la imagen de la izquierda), por continuar con este economista, daba por supuesto que, como el cambio de pequeña a gran escala en la producción es mucho más complicado que el cambio desde una producción de gran escala a otra de escala todavía mayor, las grandes empresas estaban en cierta manera predestinadas a terminar siendo monopolios de forma natural.

El economista William Baumol

Fueron W.J. Baumol (en la imagen de la derecha), E.E. Bailey, J.C. Panzar y R.D. Willig los que, en 1977, propusieron que un monopolio natural tendría lugar siempre que cualquier nivel de producción pudiese ser asumido de forma más barata por una empresa que por dos o más –lo que se dio en llamar subaditividad de las funciones de costes–. Es decir, si producir el nivel necesario para satisfacer la demanda total del mercado le cuesta 100 unidades monetarias (u.m.) a una única empresa y producir la mitad del nivel necesario para satisfacer la demanda le cuesta de media 70 u.m. a cada una de dos supuestas empresas en competencia, es más barato que una sola empresa asuma la totalidad de la producción (100 u.m. de coste total) que el que dicha producción sea asumida por dos empresas a partes iguales (140 u.m. de coste total). En situaciones como la descrita es deseable, en consecuencia, que la actividad se desarrolle por una única empresa en régimen de monopolio. Es más, si hubiera varias empresas en competencia, la mayor tendría ventajas de coste con respecto a las más pequeñas que verían sus posibilidades de supervivencia muy mermadas.

Profundizando más en este punto de vista, tenemos que introducir el concepto de economías de escala. Se dice que existen economías de escala cuando la producción es, por término medio, más barata, a medida que se incrementa el nivel de producción. Si aplicamos los conceptos de curvas de coste medio y marginal (véase la segunda entrada de esta serie para recordar estos conceptos) a las economías de escala debemos darnos cuenta de las siguientes particularidades:

  1. Por definición de economía de escala, la curva de costes medios va a ser siempre decreciente. Producir una unidad más de producto hará que los costes totales de la producción crezcan, pero lo harán menos que proporcionalmente por lo que, al distribuirlos entre todas las unidades producidas, el coste medio unitario será menor.

  2. Vimos que la curva de costes marginales se mantenía por debajo de la de costes medios hasta el punto en que ésta alcanzaba su mínimo. A partir de este punto, la curva de costes marginales continuaba su recorrido por encima de la de costes medios ya convertida –conceptualmente– en curva de oferta. Como cuando existen economías de escala la curva de costes medios es siempre decreciente, la curva de costes marginales estará siempre por debajo de la de costes medios.

A partir de aquí, podemos decir que el monopolio natural conlleva los mismos problemas que achacamos al monopolio en la cuarta entrada de esta serie. Básicamente, recordemos que el monopolio tenía un coste social ya que, si las empresas en régimen de monopolio actuaban maximizando su beneficio, el nivel de producción que ofrecían al mercado iba a ser siempre menor al que resultaría de un verdadero equilibrio de mercado, dejando parte de la demanda insatisfecha y estableciendo un precio para la producción mayor que el definido por la intersección de las curvas de oferta y demanda.

El problema del monopolio natural ha sido abordado en múltiples ocasiones por la teoría económica y, más concretamente, por la parte de la teoría económica dedicada a la economía política y a la regulación. Algunas de las soluciones apuntadas desde esas ramas de la literatura económica han sido:

  1. Reservar la actividad al Estado. La corriente de desregulación que están viviendo las economías occidentales desde los años 70 del siglo XX ha hecho que ésta, que era la solución por la que se había optado en muchos casos, sea hoy en día algo prácticamente inexistente.

  2. El otorgamiento de concesiones para la explotación de las actividades consideradas monopolios naturales. Así, aunque la actividad no pueda ser desarrollada en competencia, por lo menos en el acceso a la misma sí la hay.

  3. La regulación de los costes del servicio. La Administración fija los costes estándares de explotación y las empresas que desarrollan la actividad deben adecuarse a los mismos.

  4. La regulación de las tarifas o precios del servicio. La Administración establece un sistema de tarifas que considera suficientes para cubrir los costes de las empresas que desarrollan la actividad y dejarles un beneficio adecuado.

  5. La desintegración vertical de las actividades. Sectores como el eléctrico, han sido divididos en cuatro actividades –generación, transporte, distribución y suministro– y las empresas sólo pueden operar en una de esas actividades –aunque, en el caso español, empresas del mismo grupo sí pueden operar en varias actividades–.

Aún así, bajo el monopolio natural subyacen muchos más problemas derivados, como el de la captura –existe el riesgo de que los reguladores actúen guiados por intereses políticos y no en favor de los consumidores– o el de la información asimétrica –las empresas tienen incentivos para no entregar toda la información a los reguladores y éstos no tienen forma de acceder a la misma– y por eso no es un tema que la teoría económica haya finiquitado. Antes bien, es posible que se desarrollen nuevas formas de atajarlo o, cuando menos, de minimizar sus efectos.

Archivado en Microeconomía, Teoría de la Oferta, Teoría Económica
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